La publicidad del evento rezaba «nace una nueva Límite», pero es un error intentar comparar esta límite con la desaparecida y mítica versión en MTB. Esto es otra cosa, un reto de proporciones mucho mayores, con sus pros y con sus contras. La gente más experimentada, curtida en mil batallas, recalcaba que ésta es hoy por hoy la cicloturista más dura de la Península. Sin duda, un día que todos los participantes marcaremos en rojo con orgullo en el calendario de nuestra memoria.
La ruta: | |
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A las 6.50 de la mañana, aún amaneciendo, Pepe y yo ya estabamos colocados los primeros en el cajón de salida. Ello nos permitió salir en el primer grupo, que partió de Pradollano a las 7.05, detrás de las motos de la Guardia Civil, para hacer los primeros 47 kms de la ruta con seguridad, en modo neutralizado, pasando por Cenes y Granada, dirección Monachil, donde comenzaba el tramo libre de la ruta.
A la llegada a Monachil, todo eran nervios en nuesrtro mini-pelotón. Los granadinos sabíamos (más o menos) lo que nos esperaba, los forasteros eran todo dudas. En estas comienzan las primeras y durísimas rampas del Purche. Pepe tira por delante, yo meto el 39/30 y echo para arriba con tranquilidad, sabiendo que la jornada va a ser larga.
Intento mantener un ritmo cómodo, y en las últimas rampas antes de los llanos del Purche ya empiezan a adelantarme corredores de los que habían salido en el segundo grupo. Sabía que esto tenía que pasar. Si sales de los primeros lo normal es que te adelante mucha gente durante toda la carrera, así que me recuerdo la importancia de regular y no picarme, y sigo a mi «cómodo» ritmo (todo lo cómodo que puede irse con rampas de hasta el 17% de pendiente). Coronamos el Purche, y ahí están Fernando «turronero» Gámiz y Paco «Moski» dando ánimos. Qué orgullo de ser Granabiker cuando te gritan desde las cunetas.
Descendemos por la carretera de la Sierra y nos desviamos dirección Pinos Genil, donde, sin tiempo para recuperarse, comienza la segunda dificultad del día. La subida al Pantano de Quéntar es suave pero se hace muy pesada. A esto se une que me he quedado completamente solo, a muchos metros detrás del corredor que va por delante de mi, a a otros tantos de los que vienen por detrás. Son las 9.30 de la mañana y el calor, el gran enemigo del día, empieza a apretar.
Corono el Pantano de Quéntar un poquito por delante de mi horario previsto. Esto me da ánimos y apenas me detengo un minuto en el avituallamiento para llenar el bote y comer algo antes de enfilar el camino que lleva al alto de los Blancares. Como antes, este puerto se supera sin dificultad, y en un pis-pas me planto en la Peza.
En la Peza son poco menos de las 11. Aquí comienza el único tramo que no conocía ni había entrenado previamente. Por desgracia para mis piernas y mi cabeza, lo que yo pensaba que eran 40 kms de transición, con largos tramos de llaneo y subidas y bajadas suaves, es un verdadero infierno casi 50 kms de repechos que se encadenan unos tras de otros sin tiempo para la recuperación, y con un sol de justicia que seca la garganta y abrasa la piel. Van pasando los pueblos: Cortes y Graena, Purullena, El Bejarín, Benalúa y Belerda.
En el pueblo de Belerda, por fin, nos juntamos unos cuantos en el avituallamiento y a la salida hacemos un pequeño grupeto de 5 personas. Hasta este punto he hecho más de 100 kms completamente solo y se agradece la compañía, algo de bromeo y la referencia en el ritmo. Juntos atacamos un fuerte repecho a la salida del pueblo y poco después un falso llano por una carretera en malísimo estado que hace que duelan las muñecas de tanta vibración.
Lo siguiente es una peligrosa bajada al río Fardes, tras la cual creía yo (iluso de mi) que ya llegábamos a la Peza de nuevo. Por el contrario, lo que esperaba tras el río era una durísima subida de casi el 10% y 3 kms de longitud que nos colocaba de nuevo a los pies del alto de los Blancares.
A estas alturas ya todo es duro. La cara este de los Blancares son 8 kms de subida que se hacen interminables. Las caras de mis compañeros lo dicen todo. Ya no hay ganas de bromas. La temperatura ronda los 35 grados.
Por fin coronamos los Blancares y toca recomponerse un poco y recuperar fuerzas. Bebo, como algo y enfilo la bajada hasta Pinos con la preocupación cada vez mayor de lo que aún me queda por delante.
La subida de Pinos a Güéjar, como todos nos temíamos, se hace terrible por el calor. Los forasteros empiezan a preguntar por lo que queda por delante y yo, para ser sincero, no sé si decirles la verdad, que esto no ha hecho más que empezar. El grupeto se espacia; dos tiran por delante y otros dos se quedan detrás, pero los 5 que íbamos llegamos casi juntos a Güéjar.
En la plaza del pueblo, el «cementerio de corredores», se hace imprescidible parar un poco, tanto por el cansancio como por la necesidad de protegerse un rato del sol, mojarse la cabeza y tomar algo fresquito que baje un poco la temperatura interna del cuerpo. Lo que queda por delante es aún lo más duro. Bajamos hasta el Charcón, por el camino vuelven a estar Fernando y Moski que me ofrecen una botella de isotónica. Cómo se agradecen los animos…
Comienzan las rampas del Duque. Tras la primera curva, el bien conocido desnivel del 17% me deja absolutamente noqueado. Coloco otra vez el 39/30 e intento meter riñones. Cada pedalada se hace un reto insuperable y me parece que voy a perder el equilibrio a cada metro. Segunda curva, tercera curva… A duras penas sigo encima de la bici. Me encuentro a los primeros ciclistas a patita, y unos metros más adelante a uno de mis compañeros de los Blancares hecho una alcayata en la cuneta, boqueando y al borde de la extenuación.
Cuarta curva. Por fin la cosa se suaviza un poco. Lo peor ya ha pasado. Intento colocar el 27 pero el intento dura 100 metros. Vuelvo al 30 e intento coger una cadencia constante que me ayude a superar el bache. Nada ayuda, de aquí al final sólo me queda enfrentarme a mi propia cabeza y resistir. En toda la subida no hay ni un resquicio de sombra, en el Duque, esa subida que todos conocemos por ser fresca, tupida y con agua por todas partes hoy el sol cae a plomo. Era de esperar, entre las 2 y las 3 de la tarde, los rayos del sol caen verticales como piedras.
Se acaba el Duque. 10 kms aún parecen interminables. En el avituallamiento está Gabí. Me paro a conversar un rato con él a la sombra. Bebo pero, gran despiste y mala cabeza, se me olvida comer algo. Para cuando me doy cuenta del error ya he subido el primer km de las Sabinas. De nuevo intento colocar el 27, y de nuevo fracaso. Me pasan un par de corredores, yo paso a un par de ellos, pero ya hacer distancias es penoso. Ya sólo queda dar una pedalada detrás de otra y rezar porque haga un poco de brisa a la salida de la siguiente curva.
Las sabinas se me hacen interminables, especialmente las cuatro últimas revueltas de monte pelado, donde el porcentaje vuelve a subir un par de puntitos. Pero, como dice el refrán, no hay mal que cien años dure. Por fin veo el CARD frente a mi y estallo de alegría. Ya está, ya esta…
El último km de bajada sabe a gloria. No puedo creer que ya esté casi en meta. En la entrada están Pepe, duchado desde hace una hora, y Fernando, que se ha quedado en meta sólo por esperar a que llegara. Un abrazo lo dice todo. Me derrumbo a la sombra. Quizá para el año que viene haya olvidado todo y lo vuelva a intentar. Quien sabe…
Una prenda para lucir con orgullo |
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Perfil 1 de la ruta |
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Ortofoto interactiva de la ruta |
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